El 14 de octubre de 2025 marcó un punto de quiebre en el comercio marítimo mundial. Estados Unidos activó nuevas tarifas bajo la Sección 301 de su legislación comercial, dirigidas a buques vinculados con China, en un intento por contrarrestar lo que considera prácticas desleales en los sectores naval y logístico. Las tarifas, que oscilan entre 18 y 50 dólares por tonelada, y hasta 120 por contenedor descargado, se aplican tanto a buques de propiedad china como a embarcaciones construidas en astilleros del país asiático. Con esta medida, Washington busca incentivar la reactivación de su propia industria naval y reducir la dependencia del gigante asiático.

La respuesta de Pekín no se hizo esperar. China impuso tarifas portuarias recíprocas y restricciones de acceso a embarcaciones con intereses estadounidenses, abriendo un nuevo frente de tensión que ya muchos califican como una “guerra marítima fría”. El impacto fue inmediato: cancelaciones de itinerarios, alza de seguros, congestión portuaria y caídas en las tarifas spot, mientras las navieras buscan rediseñar rutas y absorber los nuevos costos. Cerca del 80 % de los portacontenedores del mundo fueron construidos en China, lo que amplifica el alcance de estas medidas en toda la red de transporte internacional.

El conflicto, que comenzó con bienes manufacturados, ahora se traslada al mar y reconfigura las bases del comercio global. Estados Unidos avanza con su programa, Ships for America Act 2.0, para reconstruir su flota, aunque enfrenta altos costos de producción interna y falta de capacidad industrial; China, por su parte, refuerza el control sobre sus puertos y sobre la información operativa de las líneas navieras, en una estrategia de soberanía logística que marca una nueva era en la competencia económica mundial.

Para Ecuador, este escenario supone un desafío inmediato. El aumento en los costos de flete y los ajustes de rutas podrían afectar las exportaciones no petroleras, especialmente aquellas que dependen del transporte refrigerado. Además, la reconfiguración de las rutas transpacíficas puede modificar la frecuencia de recaladas en puertos locales como Guayaquil o Posorja, extendiendo los tiempos de tránsito hacia Asia y la costa oeste de Estados Unidos.

Ante este panorama, las empresas ecuatorianas deben actuar con estrategia y anticipación: diversificar proveedores y rutas, negociar con navieras menos expuestas al conflicto, fortalecer acuerdos con hubs regionales, y avanzar en la digitalización de sus procesos aduaneros y logísticos para compensar los impactos de costos y tiempo.

La rivalidad marítima entre Estados Unidos y China no solo redibuja las rutas globales; redefine la dinámica del poder económico en los océanos. En medio de este reordenamiento, la capacidad de adaptación será clave para mantener la competitividad y garantizar la continuidad del comercio exterior ecuatoriano en un entorno donde las olas del conflicto ya se sienten en cada puerto.

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